Delirios como revolución de las paranoias

 Me topé con Candelaria a principios de mayo de este año de pura casualidad en una librería de Santa Cruz. Ella estaba allí, bien puesta con su mesa llenita de libros y la cara llenísima de ilusión por estar hablándoles de ellos a quienes se acercaban. 

Fue mirando unos libros que ella se me acercó y me preguntó si podría prestarle unos minutos para comentarme sobre su libro Relatos y algunas paranoias. Me dijo que leyera brevemente. Me lo compré nada más leer el primer relato. Y es que cuando hay talento entre las páginas, el propio libro te lo dice, no con la portada, ni siquiera con la sinopsis, sino en la primera página. En cómo Candelaria fue capaz de atraparme con un relato acerca de una cafetera. Siguió haciéndolo con una planta, un retrato y hasta un cepillo. Los relatos son breves, pero para ser relatos son llamativos; personifica el objeto más insignificante de tu casa y les da vida, les da voz. Yo siempre he pensado que mi voz es el reflejo de mi esencia, el reflejo de mi coherencia. Voz, que aunque externa, es reflejo del interior.

Es leyendo a Cande que empiezas a darle una leve importancia a lo que por casa ronda: la vela de mi escritorio que se consume a fuego lento y me ve a mí, consumiéndome a la vez que ella mientras escribo mis poemas, aquel libro que tuve que dejar a medias porque la vida me estaba dejando a medias a mí misma, o esa taza del café de media tarde abandonada a su suerte, con tu futuro en los pozos, encima de la mesa. 

Y me acordé del espejo. ¿Qué pensará de mí mi espejo si cada vez que tengo un problema me miro fijamente como si pudiera cambiarme a mí misma? 

¿Que diría mi espejo, si se ha visto reflejado en mi tristeza, volviéndose triste él mismo?

Pensaría que estoy delirando. Respondiendo a la revolución de las paranoias. Porque entonces no seré una pobre alma triste y solitaria, sino que, a parte, estaría loca. Dandole importancia a quien no la tiene, a los problemas más insignificantes, así como le doy importancia al espejo. Y en el fondo creo que merece más importancia el objeto que el problema. Pero es el problema el que resuena y reflejo en el espejo. Porque deliro en aquello que anhelo. 

Así que delirando sobre mi objeto, reflejando aquello que pienso cuando escribo, si él fuera un relato de Cande sería una completa paranoia. Pero ya lo decía Nicanor Parra en "Cartas del poeta que duerme en una silla": 

"Jóvenes
Escriban lo que quieran
En el estilo que les parezca mejor
[...]" 


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